Son fáciles de encontrar razones para no dedicar un rato a sentarnos a escribir en un cuaderno con frecuencia. Hoy analizamos algunas de las más comunes, y sus posibles soluciones.
No tengo tiempo
He aquí la gran mentira de la falta de tiempo a la que parece abocarnos este mundo trepidante en el que vivimos. Escribir en un diario no es algo imprescindible para vivir. Es una de esas actividades que escogemos hacer, como leer, ejercitarnos, compartir un rato con amigos…, y para las que debemos crear un tiempo libre. En realidad, no es necesario esperar a tener «suficiente» tiempo para escribir en un diario, porque lo cierto es que nunca lo tendremos. No hace falta toda una hora; bastará con unos quince o veinte minutos que reservemos para nosotros y los dediquemos al cuaderno, quizás arrancándoselos a las redes sociales o a la tele, para conseguir resultados.
No tengo nada interesante que escribir
Lo más común es considerar que en nuestra vida no hay nada digno de ser escrito. Déjenme decirles que eso es un mito. Como enseña la literatura y su infinitud de obras, no hay vida humana que no sea interesante. Les garantizo que el diario les ayudará no sólo a descubrir lo sustancioso en cada uno de sus días, sino también a encontrar su propia voz para contarlo. Prueben a comenzar, puede que sus hallazgos los sorprendan.
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El desconocido
También está, por supuesto, la razón más profunda, inconfesable para muchos: un rato a solas frente a una página en blanco puede llevarnos a un encuentro con nosotros mismos, y esto, qué duda cabe, puede ser algo inquietante. Ya saben a qué o a quién me refiero. Todos tenemos ese otro yo interior, el desconocido (incluso para nosotros), esa voz allá adentro que una y otra vez nos negamos a escuchar, o como diría Sabina: «Ese íntimo enemigo que malvive de pensión en mi corazón». Escribir un diario, pues, es una manera de escucharnos, de darle a esa voz un espacio de expresión.
¿Y si no me gusta lo que escucho?
Hay una solución bastante sencilla para eso: no vuelvas a leer lo que has escrito. Siéntate frente a tu diario, dale la palabra a ese otro yo desconocido y deja que diga todo lo que quiera, que se desahogue. Escribe lo que te venga a la cabeza sin más, sin preocuparte por la ortografía o la gramática, sin fijarte si está bien o mal escrito… Deja que todo eso salga de tu mente y deposítalo en tu diario. Estaremos de acuerdo en que está mejor afuera que adentro de nosotros, ¿no? Bueno, pues cuando hayas terminado con esta especie de escritura catártica, cierra el diario y déjalo estar, no lo vuelvas a leer, al menos por ahora. A lo mejor no lo vuelves a leer nunca, y eso también estará bien. Lo importante es que ahora tendrás un poco de espacio libre en tu mente para concentrarte en lo que la vida te pone por delante.
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